durante los años cuarenta, Con la industria cinematográfica europea y estadounidense en letargo a causa de la II Guerra Mundial, el cine mexic
Luis Moreno es un auténtico mitómano; un devorador de todo lo relacionado con el séptimo arte. Pasó su infancia recortando las fotos de actrices mexicanas que encontraba en las revistas que compraba su hermana; memorizando sus biografías, sus gestos, y, por supuesto, sus películas. “Es una auténtica enciclopedia del cine”, asegura su amigo y compatriota, el escritor César Zaldívar.
No era para menos. El cine mexicano de los años 40 vivió su momento más dulce. Los rostros de María Félix, Dolores del Río, Andrea Palma, Isabela Corona, Carmen Montejo y Lupe Vélez impresionaron a Moreno. A estas seis grandes divas está dedicado su primer libro que lleva por título: “Rostros e imágenes” y que acaba de presentar en Europa, un continente que también se rindió ante el arte de este ramillete de floridas estrellas mexicanas.
Con Isabela Corona
De origen humilde y formación autodidacta, Moreno pudo introducirse en el mundo del celuloide gracias a un encuentro casual con la actriz Isabela Corona, la “mala” de muchas películas del cine mexicano de los 40. Ante sus incrédulos ojos, los de un jovenzuelo de apenas 13 años, allí estaba ella, “la gran trágica del cielo fílmico mexicano, y la más luminosa e inquietante estrella de mis ensueños de cinéfilo”, paseando por el bosque de Chapultepec, en Ciudad de México.
Sin dudarlo, Moreno le pidió un autógrafo, a pesar de que no llevaba encima lápiz ni papel: “Es usted mi artista favorita”, le dijo, antes de añadir: “Me gusta mucho el cine. Voy muy seguido. Y leo muchas revistas; todas las que publican alguna foto suya o comentan algo de usted, las compro y las atesoro”.
La actriz accedió gustosa, sacó una tarjeta y un bolígrafo de su bolso y le dio al muchacho su autógrafo. Desafiando el habitual distanciamiento entre estrella y admirador, ese encuentro, que Moreno relata en su libro, sirvió para que ambos iniciaran una fructífera amistad. Junto a Isabela Corona, el joven aspirante a guionista pudo empezar a frecuentar los rodajes, los restaurantes de lujo y, en definitiva, el mundo de farándula y “glamour” que siempre había admirado. Además, la bella actriz también le enseñó a amar la lectura, la pintura, y le ayudó a “domesticar” su insaciable apetito cinematográfico:“En aquel tiempo, me daba igual lo que se exhibiera en una pantalla, con tal de que fuera una historia narrada en imágenes” recuerda Moreno.
Aunque por “Rostros e imágenes” desfilan numerosas figuras de la época dorada del cine mexicano, el protagonismo indiscutible, desde luego, es para las seis divas elegidas por Moreno. Pero si entre ellas hubiera que destacar alguna, ésa sería sin duda la mítica María Félix: “No hay ni habrá nunca más alguien que la iguale. En su tiempo, no existían los implantes, ni el colágeno; incluso operarse la nariz era peligroso”, dice el escritor y guionista. No le importa que le acusen de “forofo”: “Lo siento, pero si es así”, se defiende, “es porque ella es el punto más alto de la Historia del cine mexicano”. En su libro, Moreno trata la figura de “La Doña” con exquisita delicadeza; de hecho, quien espere encontrar detalles comprometidos sobre la agitada vida sentimental de la legendaria protagonista de “Enamorada”, quedará decepcionado, ya que hay pocas concesiones al amarillismo. Según su autor, “Rostros e imágenes” es “un tributo, pero no para revelar cosas picantes. Las intimidades de esta gente no me interesan; lo que he querido es hacer un homenaje a su labor”.
Mezcla de géneros
Ese tributo está plasmado en una curiosa mezcla de autobiografía, ensayo e historia novelada, que conjuga el rigor histórico con la profusión de anécdotas curiosas sobre las protagonistas y el narrador, que se convierte en un personaje más del libro. Pero, si hay algo que destaca en la obra, es el impresionante despliegue gráfico que la acompaña: más de un centenar de fotografías de la época, recogidas por el autor en sus casi tres lustros de vida cinéfila.
Según Moreno, el libro “no es ni un documento, ni un catálogo, ni un fichero. Y tampoco es una novela en el sentido formal del género, aunque se puede leer como tal”. Moreno prefiere hablar de “una memoria, un querer volver a vivir el gozo, las luces y las sombras de algo que fue y que no volver· a ser nunca más”. Todo ello está narrado, como no podía ser de otra manera, con un estilo muy cinematográfico, definido por Moreno, que no oculta su experiencia como guionista para numerosas telenovelas, como “una moviola imaginaria”. El propio autor reconoce que el libro está escrito “como los culebrones”: “Hoy en día”, explica, “la gente no quiere leer un libro de 500 páginas; les da miedo, porque están acostumbrados a la estética del “videoclip”.
Como buen nostálgico, Moreno es bastante escéptico sobre la situación del cine mexicano actual, a pesar de la proyección internacional que ha cosechado en los últimos tiempos, gracias a películas como “Amores Perros”, “Y tu mamá también”, y “El crimen del Padre Amaro”: “No puede haber divas en una industria que hoy produce unas 10 películas al año”, señala.
Los rostros más preciados de México
Dolores Del Río Los más jóvenes la habrán visto interpretando el papel de “la abuela” en la producción norteamericana “Los hijos de Sánchez” (1977). Pero la carrera de esta diva nacida en Durango (México) inició en 1925 cuando interpretó a Carlotta de Silva en “Joanna”. Del Río es considera la primera diva mexicana del cine y definitivamente la primera en realizar con éxito el “crossover” tan ansiado por los artistas latinoamericanos en la actualidad. Primero fue mito indiscutible del Hollywood en las décadas de los 20 y los 30. En los 40 dejó el glamour y regresó a México convertida en leyenda. Se quitó los diamantes y descalza dio vida a las campesinas del “Indio Fernández”.
Isabel Corona Refugio Corona Pérez Frías, mejor conocida como Isabel Corona caracterizó a “Soledad” en la telenovela de 1990 “Yo compro esa mujer”. Los salvadoreños disfrutaron de sus interpretaciones para la televisión desde que Canal 6 transmitió “Muchacha italiana viene a casarse”, donde hizo el papel de “María Mercedes”. Su carrera inició en 1939 con “La noche de los mayas” y continuó con su participación en alrededor de otras 30 películas. Ligada sentimentalmente al director Julio Bracho vivió la mejor época del cine de oro mexicano. Participó en algunos intentos por llevar la literatura al cine como “Los de abajo” (1940) y “La Casa de Bernarda Alba” (1980).
Andrea palma Quienes vieron la telenovela “Mundo de Juguete” (Televisa, 1974)harán memoria y recordarán que esta bella actriz que encarnó al personaje de “ la señora Duarte”. La carrera cinematográfica de Palma inició en 1934 cuando caracterizó a “Rosario” en “La Mujer del Puerto”, producción considera como una de las mejores películas del cine mexicano. En 1948 filmó una película norteamericana, rodada en México, “Tarzán y las sirenas”, úlitma película de la serie de Tarzán en donde actuó Johnny Weissmuller. Guadalupe Bracho Pérez, su nombre de pila, murió en 1987 dejando su talento como actriz en 50 películas, 20 telenovelas y numerosas obras de teatro.
Maria félix “La Doña” abandonó este mundo el año pasado. Los mexicanos y demás hispanoparlantes que disfrutaron de sus películas la lloraron desconsolados. Entre 1946 y 1970, María Félix protagonizó 50 películas apróximadamente. La actriz recibió numeros reconocimientos por sus dotes interpretativos. Le dieron su primer “Ariel” en 1946 por su actuación en “Enamorada”. Luego vieron otros dos “Ariel” por “ Río Escondido” (1948) y “Doña Bárbara” (1950). Casi cuatro décadas después recibió la “Diosa de Plata” en reconocimiento a su carrera cinematográfica y la Asociación Nacional de Actores Mexicanos (ANDA) celebró sus 50 años de vida artística en 1992.
ANTECEDENTES
Hoy en día parecen lejanos los tiempos en los que no existía la televisión y la gente iba a los teatros y carpas a entretenerse. Producto de esto, la oleada de artistas de gran calibre que se forjaron en el escenario dieron a México la llamada Época de oro. Músicos, teatreros y bailarines, talentosos y bien preparados, legaron gloriosos momentos del cine y la música en México.
Los antecedentes se remontan a principios del siglo XIX, cuando tanto en Madrid como en México se seguían presentando las “Tonadillas”: obras teatrales a la manera de la comedia musical. Se intercalaban piezas musicales entre los diferentes actos de la pieza. Según el legendario etnomusicólogo Vicente T. Mendoza, en estas creaciones musicales se pueden encontrar los antecedentes inmediatos de la canción popular mexicana.
A mediados del siglo XVIII se presentaron en la ciudad de México, en el teatro Coliseo, Tonadillas como: México adorado, El paseo de Ixtacalco y La solterita. Si bien no se sabe a qué sonaron exactamente, es de suponerse que serían canciones sencillas creadas especialmente para la obra en cuestión.
Para principios del siglo XX en México, otro género español florecería como uno de gran trascendencia para el arte mexicano: la zarzuela. De los llamados géneros chicos, aun siendo de procedencia española, los artistas mexicanos adaptaron costumbres y regionalismos propios de este pueblo, y es así como se puede hablar de zarzuelas netamente mexicanas.
Gracias a los empresarios Juan y Felipe Lelo de Larrea del teatro María Guerrero, se presentaría semanalmente una ópera ligera de este estilo en su teatro de autoría nacional. Así es como dicho teatro se convertiría en “la catedral” del género chico, a pesar de la incomodidad de ciertos sectores de la población, como el caso de algunos intelectuales de la época a los que les incomodaba profundamente el que algo “tan corriente” se colocara en el gusto de las masas.
Si bien no eran creaciones de lo más innovador dentro del terreno académico, no hay que olvidar que se está hablando de compositores e intérpretes hechos y derechos con grandes capacidades que además estaban forjando lo que se llamaría la lírica mexicana, esforzándose siempre por hacer cosas de calidad.
Para 1907, en el teatro María Guerrero, se destaca la representación de la obra La onda fría, de Pepe Elizondo, con música de Barrueco Serna y las actuaciones de las tiples Paquita y Emilia Cirés.
Así es como a principios de siglo existieron los teatros Principal, María Guerrero y Manuel Briceño, en los cuales se generaron obras mexicanas en abundancia como El pájaro azul, Frivolidades, Don Juan Huarache (dentro del género de críticas políticas), El baño de Venus, El rosario de Amozoc, Héroe del día y la popularísima Chin chun chan que permanecería en cartelera hasta los años cuarenta.
Hay que destacar de aquellos años la presencia de algunos de los protagonistas, el cómico peladito, antecedente de Cantinflas y consentido de la gente, Anastasio Otero “Tacho”, Emilia Trujillo, famosa tiple que encarnara a personajes de chinas, peladitas e inditas, y el mito que persiste a través de los años: la cantante María Conesa, española de nacimiento que nunca dejó de incluir repertorio de músicos mexicanos entre sus canciones.
La mayor parte de este tipo de comedias se presentaban en los teatros de barriada y, para variar, mientras la elite de la sociedad mexicana se preocupaba por imitar las modas ajenas, el pueblo creaba lo que es hoy en día el legado del arte mexicano.
El teatro de revista apareció por estos años y se volvió parte importantísima de la cultura popular. Éste abarcaba varios géneros y estilos, preponderantemente crítica política.
El sentido del humor era parte esencial de estas puestas en escena: las obras de contenido político no se hicieron esperar con burlas y bromas que harían que en más de una ocasión sus creadores fueran a parar a la cárcel. Es el caso de la primera de este estilo: México nuevo que pusiera a Ortega y Fernández Benedicto tras las rejas.
La obra Rebelión que denunciaba la explotación de los peones en el estado de Yucatán de la cual se conservan referencias y que estuvo en cartelera en 1907 obligó a salir de México a sus autores Lorenzo Rosado y Arturo Cosgaya. La zarzuela En la hacienda correría la misma suerte para los autores Carlos Kegel y Roberto Contreras.
Esta etapa vería nacer puestas en escena que apoyaban a un bando u otro y que obviamente alterarían ciertas sensibilidades, esta terrible anécdota de la obra El país de la metralla, que durante la época huertista hacía una fuerte crítica y que haría que Elizondo, su autor, huyera a La Habana.
La obra El terrible Zapata, en una de sus representaciones contó ni más ni menos entre el público que con el mismísimo general inspirador, cosa que hizo que tanto actores como público salieran corriendo y no hubiera función.
De la Huerta protegió al teatro de revista pues encontrando en ella, gracias al enorme gusto popular, una manera excelente de promoverse, mercadotecnia pura, La huerta de don Adolfo da muestra de ello, así como en el caso de Álvaro Obregón El jardín de Obregón, que estrenaría y haría famosa la canción “Mi querido capitán” cantada por Celia Montalbán.
En la época cardenista abrió su compañía uno de los más célebres artistas mexicanos: el guanajuatense Joaquín Pardavé, que estrenara obras como El peso murió, Camisas rojas y Educación socialista.
La compañía de Roberto Soto presentaba en el teatro Lírico El caníbal de Tabasco, La resurrección de Lázaro y Laza los Cárdenas. En el teatro de revista se estrenaban y hacían célebres cualquier cantidad de canciones, encontrando así los músicos mexicanos de la época un foro ideal para difundir su trabajo y generando así todo un movimiento de la creación de música mexicana.
A veces las canciones cantadas en las obras ni siquiera tenían que ver con lo temas que en ellas se trataban, pero eran indispensables para complacer a la audiencia que además se volvía crítica y conocedora. Era de esperarse que se dieran distintos géneros, por un lado el naciente campirano, el indispensable romántico y el regional. Hubo revistas de varios estilos: La reina del fonógrafo, Hay que chulo es el divorcio, que hablan de las costumbres y modas de la época, El calendario del año y El país de la ilusión, que harían famosas las canciones “La rumba de los monaguillos” y “La alegría de vivir”, respectivamente.
Comenzaron a hacerse revistas que utilizaban canciones al estilo ranchero, como México Lindo y Del rancho a la capital, cimentando el estilo que más adelante desarrollarían las películas de charros en la época de oro del cine nacional .
Es importante destacar que evidentemente se reflejaba la realidad de lo que sucedía en el país por aquellos años, no sólo se creaba su propio rostro paso a paso y día tras día, sino que además reconocía la inmensa riqueza de la variedad de modos de ser y hacía alarde de esto en las puestas en escena.
Grandes y legendarios nombres continuarían apareciendo, como el de Lucha Reyes, que comenzara su carrera como tantos otros artistas en este tipo de representaciones y marcaría todo un estilo de cantar ranchero, vigente hasta nuestros días, el gran éxito de taquilla de la época Rayando el sol es testigo de esto.
En los años veinte surgió un gran interés por la música regional, gracias al teatro de revista, provocando que la capital se volviera centro de encuentros de músicos de diversas regiones en busca de oportunidades: chileneros, jarochos, huastecos y mariachis no se hicieron esperar y cimentarían con sus particulares estilos la manera de crear de los años de oro. Nuevos géneros, artistas y estilos estaban por venir.
El trío Garnica-Ascencio fue uno de los más famosos en interpretar el estilo campirano. La revista Ésta es mi tierra hizo un interesante recorrido por los diferentes géneros tradicionales que se crean en los estados de la República. Otro ejemplo de este tipo de revista es Los efectos de la Sandunga que se presentó en el Teatro Colón en 1920.
Los años 1927 y 1928 serían de vital importancia en la creación de la música popular mexicana, ya que el ir y venir de músicos de diferentes regiones portadores a su vez de distintas culturas y mestizajes darían una gran producción de canciones como la inolvidable “Nunca” del yucateco Guty Cárdenas, que ganaría aquel concurso en el teatro Lírico que marca todo un momento en la historia.
En 1928, se inaugura el teatro Politeama con la compañía de revistas Ortega y Prida, gracias a los cuales la lista de compositores se alargaría; a los nombres ya consagrados en la época Emilio y Lauro D. Uranga, Fernando Ruiz, el “muerto” Palacios, Leopoldo Beristáin, Manuel Castro Padilla, Mario Ruiz y Eduardo Vigil Robles, se sumarían los de María Grever, Jorge del Moral, Espinosa de los Monteros, Guty Cárdenas, Agustín Lara, Lorenzo Barcelata, Salvador Quiroz, Ricardo Palmerín y Joaquín Pardavé, entre otros. ¡Casi nada!
En el teatro Politeama se lanzaban revistas y revistas que harían que una cantidad de intérpretes despegaran a la fama: El trío Garnica-Ascencio, Delia Magaña, el dueto de Felipe Llera y Lupe Irigoyen, el tenor Pedro Vargas y Lucha Reyes.
Los años treinta continuaron esta manera de crear arte popular. La compañía fundada en 1935 por Joaquín Pardavé daría nuevamente grandes aciertos en el repertorio. En 1936, se fundó el teatro Follies Bergere en el mismo lugar donde antes se encontrara el teatro Garibaldi. Ahí es la cuna de los grandes cómicos mexicanos, nombres como Medel, Juan Chico “Chicote”, “Don Catarino”, “Cantinflas”, Elsa Berumen, “Schilinsky” y el “Chino” Herrera despegarían en este foro.
Los años cuarenta verían nacer los teatros Apolo, Salón Colonial y Tívoli, en donde aparecerían cantantes como Toña “la Negra” y se reestrenarían viejos éxitos como Chin chun chan.
En 1946 apareció la figura de María Victoria con su inocente fogosidad, que pondría al público masculino de cabeza y que revitalizaría a los teatros. En 1948, otra leyenda causaría gran sensación: “Tongolele”.
El teatro Margo serviría como foro para el recién creado mambo en 1949, y para los años cincuenta artistas como Pedro Infante y Jorge Negrete se presentarían en teatros como el Lírico siendo ya estrellas de la pantalla.
Los años sesenta vieron la desaparición de todo este fenómeno gracias a la llegada del cine, la televisión y el bombardeo constante de influencias de afuera que conjuntamente con factores sociales harían que el público joven buscara su manera de expresarse en otras corrientes musicales con las cuales se identificaban más de cerca, como el rock. Si te gusta la música de la Época de oro mexicana te recomendamos los discos de la colección RCA: 100 años de Música, que están a la venta en las tiendas de discos y de autoservicio.